MERCADO DEL TREN Y MERCADO FLOTANTE

 

     Hoy, 4 de Septiembre iba a ser un día de mercados. De mercados y de trenes.

     Después de desayunar salimos de Bangkok a las siete y media de la mañana en dirección a Mae Klong, una pequeña población a una hora de la capital cuyo mayor atractivo es el mercado que se establece en las vías del tren.

     Lamentablemente (en este viaje ya empezaban a ser muchos "lamentablemente"), el tren y las propias vías están en restauración hasta por lo menos 4 meses más y el mercado, sin el aliciente del paso del tren y de la fugaz recogida de los puestos y tenderetes, no deja de ser un mercado más.

     Quizás por eso pasamos por él en menos de cinco minutos. Fruta variada, pescados frescos y secos y alguna curiosidad como esos sapos asados y ensartados en cañas fue lo que nos dio tiempo a ver. Llegamos a la vacía estación y en un periquete estábamos de nuevo en la furgoneta en dirección al mercado flotante. Así de corta fue la visita. 

     Quizás por eso, Chang para compensar nos regaló una visita a una típica casa tailandesa, toda de madera, de dos plantas, con su huerto adyacente, sus animales y su tiendita al lado del río. Bueno, al menos nos sirvió para estirar las piernas y desaguar el desayuno. Algo es algo.

     Veinte minutos después ya estábamos montados en las barcas que nos llevarían al mercado flotante. El camino, soso como el mismo, algún pequeño templo con algún buda poco venerado y en media hora plantamos pie en el entarimado de los puestos del mercado flotante. Desde allí arriba es donde se hacen las mejores fotos.

     Viendo los precios de salida yo tenia claro que no iba a comprar nada (ya pagamos la novatada hace 12 años) de modo que me dedique a buscar buenas panorámicas y a buscar algún rincón que se escapara de los fuertes contraluces que producía la mañana (ya a esa hora el sol brillaba con ganas).

     Chang apareció con un plato de durian recién cortado. Esta fruta, a pesar de que la corteza huele a rayos, está deliciosa, con una textura difícil de describir (entre melón y calabaza) pero de un sabor exquisito. La probé por primera vez y me sorprendió.

     Nos alejamos del grueso de las tiendas y llegamos a un pequeño puente con muchas posibilidades fotográficas y después de eso vimos unas escalinatas de cemento con la suficiente sombra para descansar un poco.

     Era el lugar elegido por los exhibidores de bichos exóticos y aprovechamos para fotografiarnos con un pequeño lemur y unas grandes serpientes.

     Estoy seguro que esta es una práctica que no aprobaran mucha de la gente que lea esto. Sé que con esta actitud se favorece la captura y el mercadeo de estas especies pero en esa situación yo no dejo de admirar la belleza de estos ejemplares a los que quizás no tenga la oportunidad de volver a tocar y les aseguro que no tuve mas remordimiento que cuando me como medio pollo asado los domingos en mi pueblo o saboreo una buena lubina a la sal, pescada por mi mismo.

     Luego aprovechamos para tomar una cerveza a la salida del mercado y como suele suceder, un par de componentes del grupo se retrasaron y tardaron en aparecer. Y mientras el guía los buscaba por un lado aparecieron por el otro. Suele pasar.

     A todo esto, aun no eran ni las 12 de la mañana. Es lo que tiene empezar temprano.

KANCHANANBURI

     Todo en esta ciudad está dedicado a las victimas aliadas de la segunda guerra mundial. Lo primero que visitamos fue el cementerio, una explanada sembrada de lápidas alineadas y un edifico dedicado a la memoria de los que dieron la vida en estos lugares. No debe tener muchos visitantes porque estaba desierto. Luego apareció algún que otro turista.

     A continuación visitamos el museo.

     Situado junto al río conserva una antigua locomotora utilizada en esos tiempos, un helicóptero y cientos de fotografías, armas y uniformes que rememoran las penurias de los soldados dedicados a la construcción del famoso puente sobre el río Kwai. A la entrada del edificio unas figuras representan a varios dictadores históricos como Hitler o Mussolini y algunos generales nipones que se hicieron notar en esas contiendas. El museo si que tenia visitas incluso un colegio de niños apareció por allí, todos uniformados y curiosos, daba gloria verlos.

     Almorzamos junto al río, en un restaurante situado en unas plataformas flotantes. Nos sirvieron platos con raciones de pollo y cerdo frito, arroz cocido, verduras estofadas con fideos de arroz y alguna que otra especialidad del lugar. Aparte nos ponían unos cuencos con salsas picantes por si alguien se atrevía a suicidarse. Todo regado con una gran cerveza Tiger, Singha o Chang, las tres marcas mas populares. De postre piña y sandia. Y algún cigarrito con café o te.

Mientras comíamos, también coloqué la cámara en dirección al puente para atrapar el movimiento de las nubes.

     Para reposar la comida nada mejor que una caminata sobre las vías del tren atravesando al desfiladero de la muerte hasta la siguiente estación visitando, a medio camino, un pequeño buda situado en una cueva. Sin prisas pero con el tiempo suficiente para montar en el tren de vuelta hasta el famoso puente. Chang nos explicó que junto al río abundan unos pequeños hoteles y casas de alquiler que proporcionan diversas actividades al aire libre.

     Cuando llegamos al hotel ya casi anochecía, poco pudimos ver de él y las fotos que pongo son de la mañana siguiente. La piscina, por supuesto, ni la tocamos.

     Esa noche cenamos en el hotel y nos acostamos pronto porque el ajetreo del día y el madrugón se hicieron notar.

      La ultima foto es de un autobús de una excursión china que se alojaba en el hotel. Parecía una discoteca rodante.

     Eran poco mas de las siete del día siguiente y ya estábamos de nuevo en el puente. Esta vez íbamos a recorrerlo andando en una visita breve antes de continuar hasta Ayuthaya. Yo ya iba preparado con el bañador para la siguiente etapa: las cascadas del parque nacional de  Erawan.